-¿Curarte?
« ¿Curarle?», repetí para mis
adentros, haciéndome eco de la réplica de Liss.
-Tú eres la única forma -repuso
él con paciencia-. No hay otra cura para esta enfermedad mía. Te he observado
durante años a fin de asegurarme de que estaba en lo cierto. Lissa sacudió la
cabeza.
- No... no puedo, no puedo hacer
algo así.
- Tienes unos poderes de
sanación increíbles. Nadie se ha hecho una idea exacta de hasta qué punto son
fuertes.
- No sé de qué me hablas...
-Vamos, Vasilisa. Estoy al
corriente de lo del cuervo, pues Natalie te vio hacerlo, y no te ha perdido la
pista desde entonces, y sé cómo curaste a Rose.
Liss comprendió la inutilidad de
negarlo.
- Eso fue... distinto. Rose no
estaba tan mal, pero tú... No soy capaz de vencer una enfermedad genética como
el síndrome de Sandovsky.
-¿Que Rase no estaba tan mal?
-se echó a reír-. No me refiero a la curación de su tobillo, aunque fue
impresionante, sino al accidente de coche. En realidad, tienes razón, ¿sabes?
Rose no estaba «tan mal». Ella murió.
Dejó que las palabras causaran
su efecto.
- Eso no... Rose vivió -se las
arregló para decir al final.
- No, bueno, sí, sí vivió, pero
he estudiado todos los informes: no había modo alguno de que hubiera sobrevivido,
no con semejantes heridas. Tú la curaste y la trajiste de vuelta -suspiró de
nuevo en un gesto que denotaba en parte cansancio y en parte sabiduría-. Venía
sospechándolo hacía mucho tiempo e intenté que lo repitieras para verificar
hasta qué punto eras capaz de controlar ese proceso.
Lissa jadeó al comprender el
significado de esas palabras. -Tú estabas detrás de lo de los animales.
-Con ayuda de Natalie.
-¿Por qué hicisteis algo así?
¿Cómo fuisteis capaces?
- Debía saberlo, Vasilisa. Sólo
me quedan unas pocas semanas de vida y si de verdad puedes resucitar a los
muertos, entonces puedes curar el síndrome de Sandovsky. Antes de raptarte
necesitaba saber si eras capaz de curar a voluntad o si lo hacías únicamente en
arrebatos de pánico.
- Pero ¿por qué raptarme? -una
chispa de rabia prendió en el interior de Lissa-. Eres mi tío, un pariente muy
cercano. Si piensas que puedo hacerlo y quieres que lo haga, ¿por qué no me lo
has pedido? -la alteración de la voz y el torbellino interior de mi amiga revelaban
que ella no estaba completamente segura de ser capaz de curarle-. ¿Por qué me
has secuestrado?
- Porque no es un asunto de una
sola vez. Me ha llevado mucho tiempo averiguar qué eres, y para eso he debido
repasar viejas historias y conseguir papiros custodiados en museos moroi.
Cuando leí los textos sobre el empleo del espíritu... -¿El empleo de qué...?
- El espíritu, ése es tu
elemento.
-Todavía no me he especializado
en ningún elemento. Estás loco.
- ¿De dónde crees que vienen
esos poderes tuyos? El espíritu es otro elemento, uno que sólo conservan unos
pocos.
La mente de Lissa no dejaba de
darle vueltas a lo de su secuestro y a la posible verdad de mi resurrección.
- Eso no tiene ni pies ni
cabeza, aun cuando no sea nada común, ¡habría oído hablar de ese otro
elemento! O de alguien que lo poseyera.
-Ya nadie sabe nada del
espíritu. Ha sido olvidado y cuando alguien se decanta por él, los demás no le
entienden y llegan a la conclusión de que esa persona no se ha especializado
en ningún elemento.
- Mira, si pretendes hacerme
sentir... -enmudeció de forma repentina. Estaba enfadada y atemorizada, pero detrás
de esos sentimientos, su mente racional había seguido procesando la información
sobre los ejercitantes del espíritu y dicha especialización. Entonces lo
comprendió todo-. Ay, Dios mío. San VIadimir y la
señora Karp.
El príncipe le dirigió una
mirada de entendimiento. - Lo has sabido todo el tiempo.
-¡No, lo juro! Es sólo algo que
Rose estuvo investigando... Ella aseguraba que ellos eran como yo.
Las noticias eran demasiado
sorprendentes para Lissa y ella pasó de estar asustada a estar completamente
aterrada.
-Son como tú. Los libros definen
al santo como un hombre «lleno de espíritu» - Victor pareció encontrar eso de
lo más divertido. Me entraron ganas de arrearle un guantazo al ver esa
sonrisilla suya.
- Pensé... - Liss todavía
deseaba que él se equivocara, pues la perspectiva de estar especializada en un
elemento tan estrambótico era mucho peor que la de no tener especialización
alguna-. Siempre había pensado que se referían al Espíritu Santo.
- Y así lo creen todos, pero no:
es algo completamente distinto, un elemento existente en el interior de todos
nosotros, un elemento primordial capaz de concederte un control indirecto
sobre los demás.
Al parecer, mi teoría sobre la
especialización de Lissa en todos los elementos no estaba tan traída por los
pelos. Mi amiga tuvo que hacer un gran esfuerzo por asimilar todas esas
noticias sin perder la calma.
- Eso no responde a mi pregunta.
No importa que yo tenga la cosa esa, el espíritu, o lo que sea. No tenías
necesidad alguna de raptarme.
- Como ya has visto con tus
propios ojos, el espíritu puede curar heridas físicas, pero, ay, por
desgracia, sólo es bueno para cortes y heridas directas. Prodigios de un solo
acto como el tobillo de Rose. Heridas de accidentes. Sin embargo, las
enfermedades crónicas, como el síndrome de Sandovsky, por ejemplo, requieren
una curación continua o de lo contrario se reproducirían, y eso es lo que me
sucedería. Te necesito, Vasilisa. Necesito tu ayuda para luchar contra la
enfermedad y superarla, y así poder vivir.
- Eso no explica lo del secuestro -arguyó ella-. Te
habría ayudado si me lo hubieras pedido.
- No te habrían dejado... El concilio... La
escuela... Habrían salido con las monsergas éticas en cuanto hubieran encajado
la sorpresa de encontrarse con un especializado en el espíritu. Al fin y al
cabo, ¿cómo se elige a quién curar y a quién no? Dirían que no era justo y que
era como jugar a ser Dios. Algunos se preocuparían por el precio que tú habrías
de pagar.
Ella soltó un respingo, pues sabía muy bien a qué
precio se refería Víctor.
Éste asintió al ver su expresión.
- Sí, no vaya mentirte. Va a ser duro y te dejará
agotada física y mentalmente, pero ha de hacerse. Lo siento. Se te facilitarán
proveedores y otros entretenimientos a cambio de tus servicios.
Ella se levantó de un brinco, pero Ben reaccionó en
el acto: avanzó un paso y la empujó, obligándola a sentarse de nuevo.
- ¿y luego qué? ¿Vas a mantenerme aquí presa como tu
enfermera particular?
Él volvió a abrir los brazos, un gesto de lo más
circunspecto.
- Lo lamento. No tengo elección.
Lissa echaba chispas y la rabia hizo retroceder al
miedo en su interior.
-Sí -replicó en voz baja-, no tienes elección porque
es de mí de quien hablamos.
- Esta vía te conviene más. Bien sabes cómo acabaron
los demás: Vladimir pasó
los últimos días de su vida
loco de remate y tuvieron que encerrar a Sonya Karp. Desde el accidente has
experimentado unos traumas que son algo más que el dolor por la pérdida de tu
familia. Se deben al uso del espíritu. El percance lo despertó. El temor al ver
muerta a Rose le permitió estallar y te permitió curarla. Eso forjó el vínculo
existente entre vosotras, pero no es posible reprimirlo una vez fuera. Es un
elemento poderoso, y también peligroso. El practicante de la tierra obtiene de
ella su poder, e igual sucede con el del aire, pero ¿qué ocurre con el espíritu?
¿De dónde piensas que obtiene el poder? -ella le miró fijamente-. Procede de
ti, de tu propia esencia. Has de perder parte de la misma para sanar a otros y
cuanto más lo hagas, más vas a destruirte. Ya debes de haberlo empezado a
notar. He visto cuánto te perturban ciertas cosas, he presenciado indicios de
tu fragilidad.
- No soy frágil -le espetó Lissa-, y no voy a enloquecer.
Voy a dejar de usar el espíritu antes de que las cosas vayan a peor.
-¿Vas a dejar de usarlo? -él esbozó una sonrisa-.
¿Podrías dejar de respirar? El espíritu tiene sus propios designios... Siempre
sientes la urgencia de ayudar y de curar. Forma parte de tu esencia. Lograste
resistirte a los animales, pero no te lo pensaste dos veces a la hora de curar
a Rose. Ni siquiera puedes evitar el uso de la coerción, un don para el cual
tienes una especial facilidad gracias al espíritu, y siempre va a ser así. No
puedes evitar al espíritu. Te conviene más quedarte aquí aislada, lejos de
cualquier otra fuente de tensión. Acabarías convirtiéndote en alguien cada vez
más inestable si permanecieras en la Academia o empezarían a atiborrarte de pastillas.
Te sentirías mejor, pero eso atrofiaría tu poder.
Percibí cómo se asentaban en el interior de Liss una
calma y una confianza desconocidas durante los dos últimos años.
-Te quiero, tío Víctor, pero soy yo, y no tú, quien
ha de tratar con eso y decidir qué debo hacer. Me estás obligando a renunciar a
mi vida por la tuya, y eso no es justo.
- Es una cuestión de qué vida tiene más valor. Yo
también te quiero, y mucho, pero los moroi se están desmoronando. Nuestro
número es cada vez menor e irá a menos mientras permitamos que los strigoi nos
den caza. Antes, solíamos perseguirlos con saña, pero ahora Tatiana y los
demás líderes prefieren la ocultación. Os mantienen a ti y a tus pares
aislados. ¡En los viejos tiempos os habríais entrenado con vuestros guardianes
y habríais aprendido a usar la magia como arma! Eso se acabó. Ahora nos
mantenemos a la espera. Ahora somos víctimas - Lissa y yo pudimos ver la
vehemencia de su pasión en el posterior cruce de miradas-. Yo habría cambiado
eso de haber sido rey. Habría traído una revolución como no hubieran imaginado
los moroi ni los strigoi. Yo debí haber sido el heredero de Tatiana, y ella
estaba dispuesta a elegirme como tal antes de que descubrieran la enfermedad, y
entonces ya no lo hizo. Si me curase... Podría tomar mi legítima posición si me
curase.
Esas palabras dispararon en el fuero interno de
Lissa un repentino debate sobre la situación de los moroi. Ella jamás había
considerado la opción de su tío: cómo serían las cosas si los moroi y sus
guardianes lucharan codo con codo para librar al mundo de la plaga maligna de
los strigoi, pero eso también le hizo recordar su credo cristiano y la
obligación de no usar la magia como arma. Incluso aunque valorase las
convicciones de Víctor, ninguna de las dos pensábamos que las mismas valieran
tanto como para justificar lo que él pretendía obligarle a hacer a Lissa.
- Lo siento -cuchicheó ella-, lo siento por ti, pero
no me obligues a hacer esto, por favor.
- He de hacerlo.
Ella le miró fijamente a los ojos. -Yo no lo haré.
El príncipe ladeó la cabeza y alguien salió de las
sombras de la esquina. Era un moroi a quien no había visto jamás. Dio un rodeo,
se puso detrás de Lissa y le liberó las manos.
-Te presento a Kenneth - Victor tendió sus manos hacia
las manos recién desatadas de Liss-. Vasilisa, por favor, toma mis manos y haz
que tu magia fluya por mi cuerpo tal y como hiciste con Rose.
Ella sacudió la cabeza. -No.
- Por favor. Vas a curarme de uno u otro modo -esta
vez habló con tono menos amable-. Preferiría que lo hicieras al tuyo y al
nuestro.
Liss volvió a negar con la cabeza y el príncipe hizo
un leve gesto hacia Kenneth.
Y entonces fue cuando comenzó el dolor. Ella gritó, y yo también.
Dimitri se movió de forma brusca, sobresaltado, y
aferró con más fuerza el volante del SUV. Me miró de refilón e hizo intención
de detenerse al costado del camino.
-¡No, no, no pares! -me froté
las sienes con las manos-. ¡Debemos llegar ahí cuanto antes!
Alberta se inclinó hacia delante
desde su posición en el asiento de atrás y me puso una mano en el hombro. -¿Qué
ocurre, Rose?
Parpadeé para contener las
lágrimas.
- La están torturando con...
aire. Un tipo nuevo, el tal Kenneth, manipula ese elemento contra ella, en su
cabeza. La presión es enloquecedora. Parece que la cabeza va a explotarme,
bueno, la suya.
Dimitri me miró por el rabillo
del ojo y pisó el acelerador con más fuerza aún.
Kenneth no se conformó con usar
la fuerza física del aire, sino que pronto empezó a influir sobre la
respiración de Lissa. A veces le hacía respirar de forma irregular y otras le
quitaba el aire, dejándola sin resuello. Soportado como espectadora era
terrible y sufrido en carnes propias debía ser peor, por eso tuve claro que yo
habría hecho cualquier cosa que me hubieran pedido.
Y al final, Lissa también lo hizo.
Tomó las manos tendidas de
Víctor a pesar de estar dolorida y tener borrosa la visión. Jamás había estado
presente en su mente cuando ella obraba su magia, por lo cual no sabía qué esperar a ciencia cierta. No
percibí nada en un primer momento, excepto una cierta concentración, pero luego
fue... Ni siquiera sabría describirlo. Aquello era color, luz, música, vida,
gozo, amor, y tantas y tantas cosas maravillosas, todas esas sobre las que se
cimenta el mundo y gracias a las cuales merece la pena vivir la vida.
Lissa reunió todas esas maravillas, tantas como fue
capaz, y se las transmitió a Victor. Una magia suave y deslumbrante fluyó por
nuestros cuerpos. Aquello tenía vida propia, era la vida de Lissa, y aunque se
percibía como algo maravilloso, ella se debilitaba más y más mientras todas
esas maravillas, atadas por ese elemento misterioso, el espíritu, fluían hacia
Víctor, cada vez más recuperado.
La transformación fue sorprendente. La piel de
Víctor se alisó. Ya no estaba picado por la viruela ni presentaba arrugas. Los
finos cabellos agrisados se espesaron y volvieron a ser negros y sedosos. Los
ojos verdes conservaron esa tonalidad jade, pero ahora chispeaban, atentos y
llenos de vida.
El príncipe se había convertido en el hombre que
ella recordaba de sus días de infancia.
Exhausta, Lissa se desmayó.
Volví a mi cuerpo e hice lo posible por describir lo sucedido
a mis compañeros de viaje. El rostro de Dimitri cada vez era más sombrío y
empezó a soltar una ristra de palabrotas en ruso cuyo significado no me había
enseñado.
Cuando estábamos a cuatrocientos metros de la
cabaña, Alberta efectuó una llamada por el móvil y la caravana se detuvo al
borde del camino. Los guardianes, más de una docena, salieron de los vehículos
y se agruparon a fin de preparar la estrategia de ataque. Uno de ellos se
adelantó para explorar y regresó con un informe acerca del número de personas
situadas dentro y fuera del cobertizo. Hice ademán de salir del coche cuando el
grupo pareció listo para intervenir, pero Dimitri me detuvo.
- No, Roza, tú
te quedas aquí.
- Al diablo con esas monsergas. Debo ir en su ayuda.
Me tomó la babilla entre las manos y fijó sus ojos
en los mios.
-Ya la has ayudado. Has hecho tu trabajo, y muy bien
además, pero este no es tu lugar. Ella y yo necesitamos que permanezcas a
salvo.
Me mordí la lengua al darme cuenta de que una discusión
sólo iba a servir para provocar un retraso, de modo que me tragué las protestas
y cabeceé. Él me devolvió el asentimiento y se reunió con los otros; luego,
todos se adentraron en el bosque, camuflándose entre los árboles.
Suspiré, di un puñetazo al respaldo del asiento del
copiloto y me dejé caer sobre el mismo. Estaba reventada y soñolienta, pues
para mí era de noche por mucho que el sol atravesara los cristales tintados.
Había estado en vela todo el tiempo y habían pasado un montón de cosas. Entre
el bajón de adrenalina y compartir el dolor de Lissa, me podía haber
desmayado igual que ella.
Excepto que ahora se había despertado.
Poco a poco, sus percepciones fueron dominando a las
mías. Yacía en la cabaña, tumbada en un sofá, donde la había depositado uno de
los asalariados de Víctor tras el desmayo. El príncipe estaba ahora lleno de
vigor gracias al abuso al que había sometido a Liss. Se hallaba en la cocina
junto al resto de sus hombres e intercambiaban cuchicheos acerca de sus planes.
Sólo uno de ellos montaba guardia cerca de Lissa. No iba a ser difícil
derribarle cuando Dimitri y sus tipos duros irrumpieran en el interior.
Lissa estudió al único guardián y luego lanzó una
mirada de soslayo hacia la ventana. Se las arregló para incorporarse a pesar
de estar medio grogui después de la curación. El vigilante se dio la vuelta y
la miró con recelo. Ella le miró a los ojos y le sonrió.
- No vas a moverte, haga lo que haga -le ordenó-.
Cuando me escape, no vas a pedir ayuda ni a decírselo a los demás. ¿De acuerdo?
El conjuro de coerción se deslizó en la mente del
hombre, que cabeceó en señal de asentimiento.
Ella se deslizó hacia la ventana, la abrió y subió
la contraventana. No dejaba de darle vueltas a un montón de consideraciones
mientras realizaba esos preparativos de fuga. Estaba débil y no sabía a qué distancia se
hallaba de la Academia,
bueno, de la Academia
y de cualquier otro sitio en realidad. Tampoco tenía noción de cuánto iba a
poder alejarse antes de que advirtieran su desaparición.
Pero también sabía que no se le iba a presentar otra
oportunidad de fuga y no albergaba la menor intención de pasarse el resto de
sus días encerrada en ese chamizo en medio del bosque.
Yo habría celebrado su coraje en cualquier otra
ocasión, pero no esta vez, no cuando todos esos guardianes iban a entrar a
salvarla y habría bastado con que se hubiera estado quieta. Por desgracia, ella
no podía oír mi aviso.
Solté un taco a voz en grito cuando se subió a la
ventana.
- ¿Qué...? ¿Qué es lo que ves? -preguntó una voz
detrás de mí.
Salté del asiento como movida por un resorte y me di
un golpe en la cabeza contra el techo. Cuando volví la vista atrás descubrí a Christian espiando desde el espacio de
carga, detrás de los asientos del fondo.
-¿Qué haces aquí? -inquirí.
-¿Acaso no está claro? Me he
colado de rondón.
- Pero ¿no te habían dado un
porrazo en la cabeza o algo así?
Se encogió de hombros, como si
no le importase. iMenudo par de locos estaban hechos Lissa y él! No tenían el
menor reparo en lanzarse de cabeza a las mayores gestas incluso estando
heridos. Aun así, si Kirova me hubiera obligado a quedarme atrás, yo habría
hecho exactamente lo mismo: esconderme con él ahí
detrás.
-¿Qué ocurre? -insistió-. ¿Has
visto algo nuevo?
Se lo expliqué a toda prisa mientras salía del coche. Él
me siguió.
- Liss no sabe que nuestros
chicos están a punto de acudir en su ayuda. Voy a ir a por ella antes de que
acabe matándose de cansancio.
- ¿y qué hay de los
guardianes...? Me refiero a los de la escuela. ¿Vas a informarles de que se ha
escapado?
Negué con la cabeza.
-
Probablemente ya habrán echado abajo la puerta del refugio. Me voy tras Liss
-ella debía hallarse en algún lugar a la derecha de la cabaña. Empezaría por
avanzar en esa dirección, pues no podría moverme con mayor precisión hasta
encontrarme más cerca, pero debía dar con ella. Al ver el rostro de Christian,
no pude evitar dedicarle una seca sonrisa y añadir-: Y sí, ya
lo sé: vienes conmigo.
Nunca
antes había tenido problema alguno por estar fuera de la mente de Lissa, pero
también era cierto que jamás nos habíamos visto involucradas en un jaleo
comparable a aquél. Liss albergaba unos sentimientos e ideas tan fuertes que
seguían tirando de mí mientras corría todo lo posible por el bosque.
Christian
y yo corrimos entre los arbustos y matorrales de la foresta, alejándonos más y
más de la cabaña. Dios, cuánto me habría gustado que Lissa se hubiera quedado
allí quietecita. Me habría encantado ver el asalto a través de sus ojos, pero
ahora eso quedaba atrás. Cuando me puse a correr, valieron la pena las vueltas
alrededor de la pista que Dimitri me había obligado a dar. Ella no se movía muy
deprisa y yo tenía la impresión de que le estábamos ganando terreno, lo cual me permitía obtener una idea más precisa
acerca de su posición. De igual modo, Christian no era capaz de seguirme el
paso y ralenticé el ritmo para no dejarle atrás, pero no tardé en darme cuenta
de que eso era una sandez.
Y él también.
-Ve -me
instó entre jadeos, y reforzó su indicación haciendo un gesto con las manos.
La llamé
por su nombre en cuanto llegué a un punto lo bastante próximo como para
imaginar que podía oírme, en la creencia de que iba a encontrármela en
cualquier revuelta, pero no me contestó Lissa, sino un coro de aullidos y
suaves ladridos de perro.
Sabuesos
psíquicos. Por supuesto. Víctor había dicho que solía cazar con ellos, pues era
capaz de dominar a esas criaturas. Comprendí de pronto por qué nadie en la
escuela recordaba haber enviado sabuesos psíquicos tras nuestros pasos en
Chicago. La Academia
no lo había dispuesto, había sido cosa de Víctor.
Al cabo de
un minuto llegué al calvero donde mi amiga permanecía acurrucada junto a un
árbol. A juzgar por su aspecto y las emociones procedentes del vínculo, tendría
que haberse desmayado hacía un buen rato y sólo se mantenía despierta gracias
a los últimos jirones de su fuerza de voluntad. Permanecía inmóvil y con el
rostro lívido, mirando fijamente a los cuatro sabuesos psíquicos que la habían
acorralado. Entonces me percaté de que estábamos a plena luz del día, lo cual
era otro obstáculo con el que ella y Christian debían lidiar en el exterior.
-¡Eh!
-aullé a los canes en un intento de atraer su atención hacia mí.
Victor los
había enviado para atraparla, pero yo albergaba la esperanza de que tuvieran
autonomía para percibir otra amenaza y responder a ella, especialmente si venía
de un dhampir. Los sabuesos psíquicos sienten tanta o más aversión hacia
nosotros que otros muchos animales.
La jauría
se revolvió hacia mí, tal y como había previsto, mostrando los dientes y
chorreando espuma por las fauces.
Los canes guardaban un gran parecido con los lobos, salvo por el
pelaje castaño y esos ojos iluminados por unas llamas anaranjadas. Era posible
que el príncipe les hubiera ordenado no hacer daño a Liss, pero no tenían las
mismas instrucciones respecto a mí.
Lobos, igualitos a los de la clase de Ciencias. ¿Qué había dicho la
señora Meissner? «Los conflictos se resuelven la mayoría de ocasiones más por
una cuestión de personalidad, resolución y fuerza de voluntad». Con esa idea,
intenté proyectar una actitud alfa, aunque no terminaba de creerme que la
aceptaran. Cualquiera de ellos me aventajaba por mucho. Ah, sí, y también me
superaban en número. No, no tenían razón alguna para estar asustados.
Puse cara de póquer, como si aquello fuera otro combate más contra
Dimitri, y tomé del suelo una rama del mismo tamaño y peso que un bate de
béisbol. Acababa de acomodarlo entre las manos cuando dos perros saltaron
sobre mí. Me castigaron con zarpas y dientes, pero conseguí aguantar la
posición sorprendentemente bien al mismo tiempo que intentaba recordar y
aplicar todo cuanto había aprendido en los dos últimos meses sobre los enfrentamientos
contra adversarios de mayor fortaleza y corpulencia.
La idea de herirlos no era de mi agrado, pues me recordaban demasiado
a los perros normales, pero era o ellos o yo, y prevaleció el instinto de
supervivencia. Logré tumbar a uno, quedó inconsciente o muerto en el suelo, no
sabría decirlo, pero el otro seguía acosándome, furioso y muy veloz. Sus
compañeros parecían listos para unirse a él, pero entonces irrumpió
en escena un nuevo competidor, bueno, más o menos: era Christian.
- Largo de
aquí -le ordené a grito pelado mientras me quitaba de encima a mi agresor,
cuyas garras rasgaron la piel desnuda de mi pierna. Le había faltado un pelo
para hacerme caer. No me había quitado el vestido, aunque me había librado de
los zapatos de tacón hacía mucho.
Christian
se comportó como todos los tontos enamorados: no me hizo caso y recogió otra
rama del suelo para blandirla a continuación ante uno de los sabuesos. De súbito,
el bosque estalló en llamas y la manada reculó. Seguían impelidos por las
órdenes del príncipe Víctor, pero era obvio que temían al fuego.
El cuarto
sabueso dio un rodeo para evitar la antorcha y luego atacar a Christian por la
espalda y golpearle. El pequeño bastardo era de lo más listo. El incendio
desapareció en cuanto Christian soltó la rama y los dos sabuesos restantes se
echaron encima de la figura caída. Di buena cuenta de mi atacante -de nuevo me
sentí mal por lo que debí hacer para tumbarlo- y me dirigí hacia esos dos,
preguntándome si me quedaban fuerzas para enfrentarme a los últimos.
Pero no
fue necesario, pues Alberta surgió de entre los árboles y acudió al rescate
pistola en mano.
Disparó a
los animales sin vacilar. Pesaba como un muerto, tal vez, y era completamente
inútil contra los strigoi, quizá, pero contra otros enemigos, resultaba un
arma probada y fiable. Los canes dejaron de moverse y se desplomaron junto al
cuerpo de Christian.
El cuerpo
de Christian...
Las tres
nos precipitamos hacia él - Lissa y yo acudimos prácticamente a gatas-. Tuve
que desviar la mirada en cuanto le vi. Me dio una arcada y necesité hacer un
gran esfuerzo para no vomitar. No estaba muerto todavía, pero le faltaba muy
poco.
Los
enormes y turbados ojos de Lissa intentaron embeberle. Alargó la mano hacia el
moribundo con indecisión, pero la dejó caer.
- No puedo
-logró decir con un hilo de voz-, no me queda suficiente fuerza.
El rostro
curtido de Alberta reflejaba dureza y compasión mientras le tiraba del brazo.
-Vámonos,
princesa. Debemos salir de aquí. Enviaremos ayuda enseguida.
Me giré
para ponerme de frente al moribundo y a continuación me obligué a mirarle y a
permitir que me inundaran los sentimientos de Lissa hacia él.
- Liss -la
llamé, insegura.
Ella me
miró sin verme, como si hubiera olvidado mi presencia. Sin decir palabra, me
aparté la melena del cuello y ladeé la cabeza para ofrecérselo. Lissa me miró
fijamente durante unos segundos con rostro inexpresivo, hasta que le iluminó
los ojos una súbita comprensión.
Se acercó
y hundió en mi cuello esos colmillos suyos, ocultos tras una hermosa sonrisa.
Un gemidito se escapó de mis labios. No me había dado cuenta de lo mucho que echaba de menos
aquel dulce y maravilloso dolor, seguido por una sensación de júbilo que
derramó sobre mí una bendición mareante y gozosa. Era como estar dentro de un
sueño.
No recuerdo del todo cuánto tiempo bebió Lissa de mí.
Probablemente, no mucho, pues ella jamás habría considerado siquiera
la posibilidad de tomar una cantidad que pudiera matar a alguien y convertirla
en una strigoi. Cuando terminó, Alberta me sostuvo en sus brazos porque empecé
a balancearme.
Observé con cierto aturdimiento cómo Lissa se arrodillaba junto a
Christian y apoyaba sobre él las manos. A lo lejos podía oírse la estrepitosa
llegada de los demás guardianes a través del bosque.
El acto de curación no estaba rodeado de lucecitas ni fuegos
artificiales. Tenía lugar de un modo invisible. Ocurría entre Christian y
Lissa. El mordisco de Liss había liberado endorfinas, cuya euforia me
enturbiaba los sentidos, pero aun así, era capaz de recordar la sanación de
Víctor y los colores maravillosos y la música que debía de estar transmitiendo.
Se obró un milagro delante de nuestros ojos, y Alberta jadeó cuando
Christian dejó de sangrar, sus heridas se cerraron y el color volvió a sus
mejillas. Los ojos se le llenaron de vida después de un leve parpadeo, miró a
Lissa y sonrió. Era como estar viendo una peli de Disney.
Debí de desmayarme después de eso, pues no recuerdo nada más.
Finalmente, me desperté en la enfermería de la Academia, donde estuvieron
metiéndome sueros y azúcar mediante goteros durante dos días. Lissa se pasó a
mi lado casi todo el tiempo y lentamente se fueron desgranando los
detalles del secuestro.
No nos
quedó otro remedio que contarles a Kirova y a unos pocos elegidos lo de los poderes
de Lissa y explicarles cómo había curado a Víctor y a Christian, bueno, y también
a mí. La noticia les dejó bastante sorprendidos, pero estuvieron de acuerdo en
mantenerlo en secreto para el resto de la escuela. Ninguno de ellos se planteó
la posibilidad de llevarse a Lissa tal y como había ocurrido con la señora
Karp.
La mayoría
de los estudiantes estaban al loro de que Víctor Dashkov había raptado a Lissa
Dragomir, pero no tenían ni idea del motivo. Varios guardianes del príncipe
habían muerto durante la operación de rescate encabezada por Dimitri, lo cual
fue una verdadera vergüenza si se tenía en cuenta el número realmente bajo de
los mismos. El raptor se hallaba en la Academia fuertemente vigilado veinticuatro horas
al día, siete días a la semana, hasta que llegara un regimiento de guardias
reales para hacerse cargo de él. Tal vez los gobernantes moroi fueran
soberanos casi simbólicos en el interior de un país con autoridades de mayores
poderes, pero contaban con una administración de justicia y yo había oído
hablar de sus cárceles. No era un lugar donde me apeteciera estar.
La
cuestión de Natalie era más peliaguda. Seguía siendo menor de edad, pero había
conspirado con su padre. Había traído y llevado animales muertos y no le había
quitado el ojo de encima a Lissa, incluso antes de nuestra fuga. Además, ella
se había especializado en el uso del elemento tierra, como su padre, y fue
ella quien pudrió el banco que me rompió el tobillo. Padre e hija comprendieron
que necesitaban hacerme daño para salirse con la suya después de ver cómo yo
impedía a Liss curar a la tórtola. No tenían otro modo de conseguir que
volviera a realizar curaciones. Natalie únicamente había esperado una buena
oportunidad. No estaba encerrada ni nada por el estilo, y los directivos no
sabían muy bien qué hacer con ella hasta que llegara una orden real.
Me daba
pena, no podía evitarlo. Se mostraba tan torpe y cohibida. Cualquiera podía
manipularla, ella habría hecho cualquier cosa si la dejaban a solas con su
padre, a quien adoraba y cuya atención deseaba atraer casi con angustia. Las
malas lenguas comentaban que se había plantado delante del centro de detención
y se había puesto a pedir a gritos que le dejaran ver a su padre. Le habían
negado la petición y se la habían llevado de allí a rastras.
Entretanto,
Liss y yo retornamos discretamente nuestra amistad, como si nada hubiera
sucedido, aunque en el resto de su mundo no habían dejado de pasar cosas. Ella
parecía haber adquirido un nuevo sentido sobre lo que era realmente importante
después de tantos nervios y todo aquel dramón. Rompió con Aaron. Estoy segura
de que lo hizo con todo el tacto del mundo, pero debió de ser un palo para él.
Le habían dejado dos veces. Probablemente, el hecho de que la anterior novia se
la hubiera pegado no iba a ayudarle mucho en su autoestima.
Y luego,
sin solución de continuidad ni preocuparse lo más mínimo por su reputación,
empezó a salir con Christian. Verlos en público cogidos de la mano me ofreció
una doble perspectiva. Él mismo no parecía terminar de creérselo y el resto de
nuestros compañeros no salían de su asombro, así que como para comprenderlo. Si
apenas eran capaces de digerir la existencia de Ozzera, menos aún el hecho de
que saliera con alguien como ella.
En lo sentimental, me iba bastante
peor que a ella, si es que podía hablarse de algún tema sentimental, ya que Dimitri
no me había visitado durante mi convalecencia y las prácticas se habían
suspendido de forma indefinida. No fue hasta el cuarto día después del rapto
cuando entré en el gimnasio y nos encontramos solos.
Había
regresado en busca de mi bolsa de deportes y me quedé helada al verle, era
incapaz de hablar. Echó a andar para irse, pero luego se detuvo.
- Rose...
-empezó después de unos momentos bastante incómodos-, debes informar sobre lo sucedido, sobre nosotros...
Había
esperado mucho tiempo para hablar con él, pero no era ésa la conversación que
había imaginado. - No puedo hacerlo, te echarán o algo peor.
- Deberían
expulsarme. Obré mal.
- No podías
evitarlo. Era el hechizo...
- Eso da
igual. Fue un error, una estupidez...
¿Un error?
¿Una estupidez? Me mordí el labio mientras intentaba contener las lágrimas que
me llenaban los ojos. Hice lo posible
para recobrar enseguida la compostura.
- Bueno,
mira, tampoco fue para tanto.
-¿Que no
fue...? Me aproveché de ti.
- No, no
fue así -repuse sin alterar la voz.
Sin
embargo, algo debió de revelar la nota de mi voz, ya que él me miró a los ojos
con verdadera intensidad.
-Te saco siete años, Rose. Eso no significará demasiado dentro de una
década, pero ahora es un abismo. Yo soy un adulto y tú, una chiquilla.
Ay. Di un respingo. Habría preferido recibir un puñetazo suyo.
- No parecías pensar que era una chiquilla cuando estabas encima de
mí.
Ahora fue su turno de sobresaltarse.
- Eso fue cosa de tu cuerpo... No es eso lo que hace de ti un adulto.
Ocupamos dos posiciones muy diferentes. He estado fuera, en el mundo, y he
vivido a mi aire, y he matado, Rose, he matado a personas, no a animales, y tú
apenas acabas de empezar. Tu vida está relacionada con los deberes, los trapos
y los bailes.
- ¿y tú crees que no me preocupa nada más?
- No, por supuesto que no, no del todo al menos, pero eso forma parte
de tu mundo. Aún estás creciendo y debes averiguar quién eres y qué es
importante para ti. Necesitas seguir en ello. Debes estar con chicos de tu
edad -no quería chicos de mi edad, pero no se lo dije, bueno, por no decir, no
dije nada-. Has de comprender que fue un error incluso si optas no informar, y
no va a suceder de nuevo -agregó.
-¿Por qué?, ¿porque eres demasiado mayor para mí y te sientes
responsable?
- No -respondió con rostro inexpresivo-, porque no me interesas en ese
sentido.
Le miré fijamente. El mensaje de rechazo llegó alto y claro. Todo lo
sucedido esa noche, todo cuanto yo había creído hermoso y lleno de
significado, se convertía en polvo delante de mis ojos.
- Eso
únicamente ocurrió por la coerción, ¿lo entiendes? Estaba abochornada y
enfadada, pero me negué a humillarme todavía más discutiendo o implorando. Me
encogí de hombros.
- Claro,
comprendido.
Me pasé el
resto del día enfurruñada e ignoré todos los intentos de Mason y Lissa por
sacarme de mi cuarto. Resultaba irónico que no deseara salir ahora que Kirova,
impresionada por mi actuación durante el rescate, había levantado mi arresto
domiciliario.
Al día
siguiente, antes de clase, me dirigí adonde mantenían preso al príncipe
Víctor. La Academia
contaba con unas celdas como Dios manda, con barrotes y una guardia de dos
centinelas en el pasillo próximo. Debí usar unas cuantas artimañas y engañifas
hasta recibir el permiso y entrar a hablar con él. Ni siquiera Natalie lo había logrado, pero uno de los guardias
había viajado en la misma SUV que yo y me había visto padecer la tortura
sufrida por Lissa. Necesitaba saber qué le había hecho exactamente, le dije, lo cual era una trola como un piano, pero le di
pena y se la tragó. Autorizaron una conversación de cinco minutos siempre que
me mantuviera en el pasillo a una discreta distancia, de forma que ellos
pudieran verme sin escucharme.
Allí,
plantada delante de la celda de Víctor, no podía creer que una vez hubiera
sentido lástima por él. La contemplación de ese cuerpo suyo, lozano y
saludable, me provocó un ataque de rabia. Leía sentado con las piernas cruzadas
sobre un camastro estrecho. Levantó los ojos del libro cuando escuchó el ruido
de mis pasos.
-Vaya,
Rose, qué agradable sorpresa. Tus mañas jamás dejan de sorprenderme. Tenía
entendido que no permitían visitas.
Me crucé
de brazos e intenté adoptar una pose de guardiana para dar una imagen de
fiereza absoluta.
- Quiero
que acabe con el hechizo de coerción. Bórrelo.
-¿A qué te refieres?
- El
conjuro que lanzó sobre Dimitri y sobre mí.
- Eso se
acabó. Se consumió.
Sacudí con
la cabeza.
- No, no
dejo de pensar en él, y sigo queriendo... Sonrió sin darse cuenta cuando no
terminé la frase.
- Eso ya
estaba ahí mucho antes de que yo me pusiera a enredar.
- No era
así, antes no era tan malo.
-Tal vez
no a sabiendas, pero todo lo demás, la atracción física y la conexión mental,
ya estaban en ti, y en él. El conjuro no habría podido funcionar de otra
manera. El hechizo no añadió nada realmente nuevo, sólo servía para remover las
inhibiciones y fortalecer vuestros mutuos sentimientos.
- ¡Miente! Dimitri dice que no siente nada por mí.
- Quien
miente es él. El conjuro no habría funcionado de lo contrario, y la verdad, tu guardián lo sabe perfectamente. Belikov no tenía derecho a albergar esos
sentimientos.
Puede
perdonarse esa debilidad en una alumna, pero ¿en él? Debió mostrar más
autodominio a la hora de ocultar sus sentimientos. Natalie lo percibió y me lo dijo. Lo observé por mi cuenta y también lo encontré obvio. Eso me
proporcionaba la oportunidad perfecta para distraeros a ambos. Yo coloqué en
el collar un hechizo para ambos, y vosotros hicisteis el resto.
- Es usted
un sucio bastardo... Hacernos eso a nosotros dos... Y a Lissa.
- No tengo
el menor remordimiento en lo tocante a
ella -manifestó mientras se apoyaba en la pared-. Volvería a hacerlo si
estuviera en mi mano. Cree lo que
gustes, pero amo a mi pueblo y mi propósito era servir a sus intereses. ¿Y ahora
qué? Es difícil decirlo, pero no hay un líder, uno de verdad. En realidad,
ninguno de ellos es gente de valía -irguió la cabeza para mirarme con gesto
pensativo-. De hecho, Vasilisa podría haber llegado a ser una buena dirigente
si se hubiese encontrado a sí misma alguna vez, si hubiera superado la
influencia del espíritu y hubiera creído en algo. Es una ironía, la verdad. El
espíritu puede convertir a alguien en un líder y también puede borrar esa
habilidad suya para seguir siéndolo. El miedo, la depresión y la incertidumbre
han predominado en ella y han enterrado su auténtica fuerza en lo más hondo de su ser. Aun así, por sus venas
sigue corriendo la sangre de los Dragomir, que no es poca cosa, y te tiene a
ti, por supuesto, su guardiana bendecida por la sombra.
-¿Bendecida
por la sombra?
Ahí estaba
otra vez, se dirigía a mí igual que la señora Karp.
- Estás
bendecida por la sombra. Has atravesado el río de la muerte, has pisado la otra
orilla y has regresado. ¿Acaso piensas que eso no deja una huella en el alma?
Tienes una percepción de la vida y del mundo mayor que la mía, incluso aunque
no te des cuenta. Deberías haber muerto y Vasilisa derrotó a la muerte para
traerte de vuelta y te ligó a ella para siempre. De hecho, estás ligada por esa
atadura y una parte de ti lo va a estar
siempre, para que siempre luches por aferrarte a la vida y a cuanto ella
ofrece. Por ese motivo eres tan temeraria en todo cuanto haces y no controlas
tus sentimientos ni tu pasión ni tu ira. Eso te hace notable y también
peligrosa.
Me quedé
sin habla, no sabía qué contestar, lo cual
pareció resultar de su agrado.
- Eso fue
también lo que permitió la creación de vuestro vínculo. Las emociones de
Vasilisa tienden a escaparse de su interior y proyectarse sobre los demás. La
mayoría de la gente no puede captarlas a menos que la princesa se concentre en
ella para ejercer la coerción. Sin embargo, tú tienes una mente
extraordinariamente sensible para las fuerzas extrasensoriales, en especial la
suya -suspiró, casi con jovialidad. Entretanto, recordé mis lecturas. Vladimir
había salvado a Anna de la muerte. Eso debió crear el vínculo entre ellos-.
Sí, esta ridícula Academia no tiene la menor idea de lo que tenían aquí ni contigo ni con ella. Yo te habría convertido
en parte de mi guardia real en cuanto hubieras tenido la edad de no haber
tenido la imperiosa necesidad de matarte.
- Usted
jamás habría tenido una guardia real. ¿No se le ha ocurrido pensar lo mucho que
le hubiera extrañado a la gente una recuperación tan repentina? Incluso si
nadie se enteraba de lo de Lissa, Tatiana jamás le habría hecho rey.
-Tal vez
tengas razón, muchacha, pero eso no importa. Existen otras formas de alcanzar
el poder. A veces es preciso sortear los caminos establecidos. ¿Acaso piensas
que Kenneth es el único moroi que me sigue? Las mayores y más trascendentales
revoluciones suelen comenzar en silencio, ocultas en las sombras -me
contempló-. Recuerda eso.
En la
entrada del centro de detención se produjo un estrépito de lo más
desconcertante. Desvié la mirada hacia el camino por el cual había acudido
hasta la celda. No había rastro de los guardianes que me habían dejado pasar.
Del otro lado de la esquina únicamente se escuchaban unos pocos gruñidos y
algunos porrazos. Fruncí el ceño y estiré el cuello a fin de obtener una mayor
visibilidad.
El
príncipe se puso en pie. -Por fin.
Un
escalofrío de miedo corrió por mi espalda hasta que vi doblar la esquina a
Natalie.
Me abrumó
una mezcla de ira y compasión, pero me obligué a dedicarle una sonrisa amable.
Lo más probable era que no volviese a ver a su padre después de que se lo
llevaran. Fuese o no un villano, padre e hija tenían derecho a despedirse.
- Eh -dije
al verla acercarse dando grandes zancadas.
Había una
inhabitual determinación en los movimientos de Natalie y una parte de mi ser
presintió que algo no iba bien-. No creo que hayan autorizado tu entrada.
En teoría,
tampoco debían haberme dejado pasar a mí, por supuesto.
Ella vino
hacia mí y no exagero cuando digo que me lanzó contra la pared más lejana,
donde me llevé un porrazo morrocotudo que me hizo ver las estrellas.
- ¿Qué…?
Me llevé
una mano a la frente e intenté incorporarme. Natalie se despreocupó de mi
persona y abrió la celda de su padre con un juego de llaves que antes había
visto colgado del cinto de un guardián. Me acerqué a ella con paso inseguro.
-¿Qué
estás haciendo?
Ella alzó la vista y
entonces fue cuando distinguí la roja redondez alrededor de sus ojos, la
blancura extrema de la piel, demasiado pálida incluso tratándose de una moroi,
y la mancha de sangre alrededor de los labios. Aun así, lo más revelador de todo fue su mirada. Esa
mirada suya tan fría y tan diabólica estuvo a punto de provocarme un síncope
porque revelaba que ya no caminaba entre los vivos, delataba que ahora era una
strigoi.
A pesar de
todo el entrenamiento recibido, de las lecciones sobre los hábitos de los
strigoi y las formas de defenderme de
ellos, no había visto a ninguno en mi vida. Daba más miedo del previsible.
Esta vez
estaba preparada cuando vino a por mí. Más o menos. Me eché hacia atrás para evitarla
y me puse fuera de su alcance mientras me preguntaba cuáles eran mis
posibilidades reales de salir bien librada. Recordé las bromas de Dimitri durante
el viaje al centro comercial. No tenía una estaca de plata ni un objeto con el
cual cortarle la cabeza ni había forma de quemarla en un fuego. Después de
todo, correr era la mejor opción de todas, mira tú por dónde, pero ella me
cerraba el paso.
Me sentí
una inútil, razón por la cual retrocedí por el vestíbulo conforme ella avanzaba
hacia mí con movimientos mucho más gráciles de lo que había mostrado en vida.
En ese
momento, saltó hacia delante, también mucho más deprisa que cuando estaba viva,
y me agarró. Acto seguido empezó a golpearme la
cabeza contra el muro. Noté un estallido de dolor por todo el cráneo y estaba
convencida de que el sabor metálico que paladeaba al fondo de la boca era el de la sangre. Luché frenéticamente contra ella,
intentando urdir algún tipo de defensa, pero era como cuando peleaba con
Dimitri. No encontraba ningún fallo.
- Procura no matarla si no es estrictamente necesario, cariño -murmuró
Víctor-. Tal vez nos sea de utilidad más adelante.
Natalie hizo un alto en su ataque, lo cual me concedió un respiro para
ponerme de pie, sin embargo no me quitó los ojos de encima ni un segundo.
- Haré lo posible -replicó ella con una nota de escepticismo en la
voz-. Sal de aquí ahora mismo. Me reuniré contigo en cuanto haya terminado.
- No me lo puedo creer -le grité mientras él me daba ya la espalda-.
¿Has hecho que tu propia hija se convierta en una strigoi?
- Es un recurso de última instancia, un sacrificio necesario en aras
a un bien superior. Natalie lo entiende.
Y se marchó.
-¿Lo entiendes? ¿De verdad? -esperaba poder salir del atolladero
dándole palique, como en las películas, y también confiaba en poder ocultar mi
pánico detrás de esas preguntas-. Dios Santo, Natalie, te has convertido en...
¿Y sólo porque él te lo dijo?
- Mi padre es un gran hombre –replicó-. Va a salvar a los moroi de los
strigoi.
-¿Te falta un tornillo o qué? -chi1lé. Iba andando hacia atrás cuando
de pronto topé con el muro. Mis uñas se hundieron en la pared, como si
escarbando pudiera abrirme camino-. ¡Tú eres una strigoi!
Ella se encogió de hombros con un gesto muy similar al de la antigua Natalie.
- Debía hacerlo para sacarle de aquí antes de que vinieran los
guardias. Un strigoi a cambio de salvar a todos los moroi. Merece la pena, no
importa renunciar al sol ni a la magia.
- Pero tú vas a querer matar a los moroi, no vas a poder evitarlo.
- Él me ayudará a mantener el control. Si no es así, tendrán que
matarme.
Alargó los brazos para sujetarme por los hombros. Me estremecí cuando
Natalie habló de su propia muerte como si tal cosa. No me cupo duda de que
consideraba mi muerte con idéntica indiferencia.
- Estás como una cabra. No puedes quererle tanto, no puedes, de
veras...
Volvió a arrojarme contra la pared y de nuevo acabé en el suelo, hecha
un revoltijo de miembros. Tenía la impresión de que no iba a poder levantarme
esta vez. Su padre le había dicho que no me matara, pero los ojos de Natalie
decían otra cosa: deseaba hacerlo, quería alimentarse de mí, el hambre estaba
ahí, seguía el camino de los strigoi. No debería haberle dirigido la palabra,
comprendí ya tarde, pues iba a vacilar, tal y como me había prevenido Dimitri.
Y entonces, de pronto, apareció él, estaca en mano, corriendo por el
pasillo como si fuera la muerte vestida con un guardapolvo.
Natalie se giró como una peonza y lanzó una acometida. Era rápida,
mucho, pero mi mentor no le iba a la zaga, y evitó su ataque. El
semblante de Dimitri era la viva imagen de la potencia y la fuerza en estado
puro. Con una fascinación estremecedora, los vi moverse: daban vueltas el uno
en torno al otro como los integrantes de una pareja en un baile mortífero. Ella
le aventajaba claramente en fuerza, pero al mismo tiempo era una strigoi
recién convertida, y obtener superpoderes no implica que sepas utilizarlos.
Sin
embargo, Dimitri tenía un conocimiento muy preciso sobre el uso de los suyos y
efectuó su movimiento después de un intercambio encarnizado de golpes. La
estaca de plata centelleó en su mano como un rayo cuando él la volteó para
dirigirla al corazón de Natalie, donde la hundió. Retrocedió y permaneció
impasible mientras ella aullaba y caía al suelo. Dejó de moverse al cabo de
unos segundos espantosos.
Con la
misma rapidez, se inclinó sobre mí y deslizó los brazos por debajo de mi
cuerpo. Se puso de pie, llevándome como cuando me fastidié el tobillo.
- Eh,
camarada -murmuré. Mi voz me sonó soñolienta-. Tenían razón sobre los strigoi.
El mundo
comenzaba a oscurecerse y se me cerraban los párpados.
-Abre los
ojos, Rose. Roza -nunca le
había oído tan tenso ni frenético-. No te duermas en mis brazos, aún no.
Entreabrí
los ojos y le miré de soslayo mientras me sacaba del edificio prácticamente a
la carrera, de vuelta a la enfermería.
-¿Estaba
en lo cierto?
-¿Quién?
-
Víctor... aseguraba que no hubiera funcionado. El collar. Comencé a delirar,
perdida en la negrura de mi mente, pero Dimitri no dejaba de azuzarme para que
permaneciera consciente.
- ¿A qué
te refieres?
-Al
conjuro. Víctor dijo... que... debías quererme e interesarte por mí para...
que... funcionase -intenté agarrarle por la camisa cuando no me contestó, pero
me faltaba fuerza en los dedos-. ¿Es verdad? ¿Me quieres?
-Sí, Roza, te quise,
aún te quiero -contestó él con voz poco clara-. Me gustaría... que...
pudiéramos estar juntos.
-
Entonces, ¿por qué me mentiste?
Llegamos a
la enfermería y él se las arregló para abrir la puerta a pesar de llevarme en
brazos. Pidió ayuda a gritos en cuanto estuvimos dentro.
- ¿Por qué
me mentiste? -repetí con un hilo de voz. Continuaba llevándome en brazos cuando
bajó los ojos para mirarme. Las voces y el sonido de las pisadas sonaban cada
vez más cercanos.
-
Porque no podemos estar juntos.
- Por el
rollo ese de la edad, ¿no? -pregunté-. ¿O porque eres mi mentor?
Se me
había escapado una lágrima y corría por mi mejilla hasta que él la enjugó
delicadamente con la yema del dedo.
- Eso es
parte del problema -respondió-, pero no todo. Bueno... Tú y yo seremos
guardianes de Lissa algún día y debo protegerla a ella a toda costa. Si nos
ataca un grupo de strigoi, debo interponerme entre ellos y la princesa.
- Eso ya
lo sé, forma parte de tu obligación -volví a ver las estrellas. Estaba a punto
de desmayarme.
- No. Si
me permito amarte, no me interpondré entre ellos y Lissa, te protegeré a ti.
El equipo
médico llegó en ese momento y me robó de sus brazos.
Y así fue como di con mis huesos en la enfermería otra
vez a los dos días de haber recibido el alta. Desde que regresamos a la Academia, era el tercer
ingreso en dos meses. Eso olía a récord de algún tipo. Lo más probable es que
tuviera una hemorragia interna y una conmoción cerebral, eso sin duda, pero
nunca llegamos a averiguarlo. No te preocupas por esas menudencias cuando tu
mejor amiga es una maldita curandera.
Aun así
debí permanecer ingresada un par de días. Lissa y Christian, su nuevo novio,
no se separaban de mi lado cuando no estaban en clase. Me enteré de unos
cuantos cotilleos sobre el mundo exterior gracias a ellos. Dimitri había
tomado conciencia de la presencia de un strigoi en el campus cuando encontró
muerta y desangrada a la víctima de Natalie: el señor Nagy, de entre todos le
había tocado la china a él. Era una elección sorprendente cuando menos, pero
dada su edad, Natalie lo había tenido fácil para derrotarle con muy poca lucha.
Se acabaron las clases de Arte eslavo. Los guardias del centro de detención
sólo habían resultado heridos. Ella se había limitado a machacarlos, como a mí.
Encontraron
y apresaron a Víctor mientras intentaba escaparse del campus. Me alegré, a
pesar de que eso significaba que el sacrificio de Natalie había sido en vano.
Los rumores decían que el príncipe no mostró el menor temor cuando vino la
guardia real y se lo llevó. Se limitó a
sonreír todo el tiempo, como si estuviera al corriente de un secreto ignorado
por todos los demás.
Después de
aquello, la vida volvió a su normalidad, en tanto en cuanto algo así fuera
posible, claro. Lissa dejó de practicarse cortes en las muñecas y se encontró mucho mejor desde que la doctora le
prescribió una medicina, un antidepresivo o un ansiolítico, nunca logro
acordarme, pues jamás he entendido mucho sobre esa clase de pastillas. Siempre
pensé que la gente se volvía estúpida y feliz
cuando las tomaba, pero resultó ser una píldora como otra cualquiera, quiero
decir, algo arreglaba, y sobre todo, la
mantenía normal y estable...
...lo cual era estupendo, pues todavía le quedaban unos cuantos temas
pendientes de resolución, como lo de André. Al final, había terminado por creer
la historia de Christian y Lissa se permitió aceptar que su hermano no era el
héroe sin mácula que ella siempre había tenido en un pedestal. Le resultó un
tanto duro, pero al final alcanzó una solución tranquilizadora: aceptó que
André tenía un lado bueno y otro chungo, como todos nosotros. Le entristecía
su comportamiento con Mia, pero eso no quitaba para que hubiera sido un buen
hermano que la quería mucho, y lo más importante de todo: eso la liberó por fin
de la necesidad de ocupar el papel de su hermano y enorgullecer a la familia.
Lissa podía ser ella misma, lo cual demostraba a diario en su relación con Christian.
La escuela
no había logrado superar todo aquello, pero a ella le daba igual, se lo tomaba a risa, e ignoraba las miradas de
sorpresa y desdén que le dirigían los de sangre real por ser la novia de
alguien con una familia de tan mala reputación. Ahora bien, no todos ellos
pensaban de ese modo. Algunos conocieron a Lissa durante su breve giro social
y descubrieron que les caía bien por sí misma, sin necesidad de coerción
alguna. La apreciaban con sinceridad y de forma franca, prefiriendo demostrarlo
antes que andarse con los juegos a los que se entregaban casi todos los
aristócratas.
La mayoría
de los nobles la ignoraron y a sus espaldas echaban pestes de ella, por
supuesto. Lo de Mia estuvo entre lo más sorprendente de todo: se las arregló
para congraciarse con unos cuantos alumnos de sangre noble a pesar de la gran
humillación sufrida. Eso demostró que yo tenía razón. No iba a quedarse mucho
tiempo hundida en el hoyo, y de hecho, empecé a atisbar los primeros síntomas
de que urdía de tapadillo su venganza una mañana que pasé junto a ella de
camino a clase. Mia se hallaba junto a varios alumnos más y hablaba en voz
alta con la intención manifiesta de que la oyera.
- …son la pareja perfecta. Los dos proceden de familias deshonradas y
desacreditadas.
Apreté los
dientes y no dejé de caminar, pero seguí la dirección de la mirada de Mia, que
no quitaba ojo a Lissa y Christian. Ellos estaban perdidos en su propio mundo y
hacían muy buena pareja: ella era una guapa rubia y él un chico de ojos azules
y pelo negro. No pude evitar el mirarlos también yo. Mia estaba en lo cierto.
Sus familias habían caído en desgracia. La reina Tatiana había denunciado en
público a Lissa, y por mucho que nadie culpase a los Ozzera por el destino sufrido por los padres de Christian, el
resto de familiares reales de los moroi iban a mantener las distancias.
Pero Mia también tenía razón en otro sentido: Lissa y Christian
estaban hechos el uno para el otro. Quizá fueran unos marginados sociales, pero
los Dragomir y los Ozzera habían figurado entre los líderes moroi más
destacados, y en cuestión de muy poco tiempo, ellos dos habían empezado a dar
forma a caminos que podrían situarlos en una posición muy semejante a la
ocupada por sus antepasados. Él empezaba a imitar un poco de la amabilidad y
de la fachada social de Lissa mientras ella aprendía a defenderse en lo tocante a sus pasiones. Cuanto más los miraba,
más fácilmente podía ver a su alrededor un halo de energía y confianza.
Tampoco ellos iban a quedarse en el hoyo.
Y creo que eso, junto a la gran humanidad de Lissa, ha hecho que mucha
gente se haya sentido atraída por ella. Nuestro círculo social comenzó a
ampliarse con cierta rapidez. Mason se unió enseguida, por supuesto, y no hizo
intento alguno de ocultar cuánto le atraía yo. Lissa no dejaba de gastarme
bromas al respecto, y lo cierto es que todavía no sé cómo zanjar el tema. Una
parte de mí opina que tal vez ha llegado la hora de darle una oportunidad como
novio formal, incluso aunque la otra mitad se muera de ganas por conseguir a
Dimitri.
Por lo demás, Dimitri sigue tratándome exactamente como uno podría esperar de
un mentor. Es eficiente, amable, estricto y comprensivo. Nunca ocurre nada
fuera de lo normal, no sucede nada que
levante sospechas sobre lo que pasó entre nosotros, nada salvo algún que otro encuentro de miradas.
Él tenía razón en lo referente
a nosotros, al menos en teoría, y así lo asumí en
cuanto logré controlar las emociones y superar mi primera reacción. La edad
era un problema, cierto, en especial mientras yo fuera una alumna de la Academia, pero jamás se
me había ocurrido pensar en el segundo argumento mencionado por mi mentor. Si
dos guardianes mantenían una relación, su mutua compañía podía distraerlos y
eso afectaría a la seguridad del moroi a cuya protección estaban dedicados. No
podía permitir que eso sucediera, no era posible arriesgar la vida de Lissa por
nuestros sentimientos. De lo contrario no seríamos mejores que el guardián de
los Badica, que dimitió. Una vez le aseguré a Dimitri que mis sentimientos no
importaban, Lissa estaba por encima de todo.
Sólo esperaba tener la oportunidad de demostrarlo.
- No me gusta cómo están las cosas en lo de las curaciones -me dijo Lissa un día que estábamos en su cuarto.
-¿Eh...?
Fingíamos estudiar, pero yo tenía la mente puesta en Dimitri. Le había
contado muchos secretos a mi mejor amiga, pero no le había dicho ni mu sobre
lo cerca que había estado de perder
la virginidad. No conseguía contárselo, ignoraba el motivo.
-Lo de que haya debido dejar de curar -soltó el libro de historia que
sostenía en las manos-. Y de usar la coerción -la sanación había sido acogida
como un don maravilloso necesitado de un estudio posterior, pero el uso de la
coerción le había valido serias reprimendas por parte de Kirova y la señora
Carmack-. Me explico, ahora soy feliz y debería haber pedido ayuda hace mucho,
en eso tenías razón. Me alegra estar medicada, pero Víctor también estaba en lo
cierto: ya no puedo usar el espíritu. Lo percibo, eso sí, pero echo de menos
la posibilidad de tocarlo.
No tenía
muy claro qué contestar a eso. A mí me gustaba su estado actual, la veía
completa, confiada y sociable ahora que había desaparecido la amenaza de perder
la cordura. Viéndola ahora, resultaba fácil creer las palabras de Víctor
sobre lo de su
futuro como líder moroi. Me recordaba a sus padres y a André y a cómo ellos
solían despertar la devoción en quienes los conocían.
- Y hay algo más -continuó-. Él
tenía razón cuando aseguró que no podría dejado. Me duele no disponer de la
magia. A veces, me muero de ganas de usarla...
- Lo sé
-repuse, y era cierto: percibía ese dolor en su fuero interno. Las pastillas
habían entumecido el acceso de Lissa a la magia, pero no habían afectado al
vínculo existente entre nosotras.
- No dejo
de pensar en todas las cosas que podría hacer y en toda la gente a la que
podría ayudar -parecía compungida.
- Primero
debes ayudarte a ti misma -le repliqué con fiereza-. No quiero que te hagas
daño otra vez. No te lo voy a permitir.
- Lo sé.
Christian dice lo mismo -puso una
sonrisa tonta, como cada vez que pensaba en él. No habría mostrado tanto
entusiasmo en que volvieran a estar juntos de haber sabido lo idiotas que se vuelven los enamorados-.
Supongo que los dos tenéis razón: más vale desear la magia y estar cuerda que
tenerla y estar como un cencerro. No hay término medio.
- No
-convine-, en esto, no.
Entonces,
salido de la nada, me vino a la cabeza un pensamiento. Había un término medio.
Las palabras de Natalie me lo recordaron.
«Merece la pena, no importa renunciar al sol ni a la magia».
La magia.
La señora
Karp no se había convertido en una strigoi por haber enloquecido. Lo había
hecho para mantener la cordura. Convertirse en una strigoi anulaba todo
vínculo con la magia. No era posible utilizarla después de la transformación.
De ese modo, ya no podría percibirla ni usarla. Una espiral de pena me
recorrió las entrañas al mirar a Lissa. ¿Qué iba a ocurrir si llegaba a
averiguarlo? ¿También ella se convertiría en una strigoi? No, me apresuré a
contestar. Ella jamás haría algo así, era una persona muy fuerte y de una enorme
rectitud, y mientras siguiera tomando la medicación, su profunda racionalidad
evitaría que adoptase una medida tan drástica.
Aun así,
la idea en sí misma me impulsó a averiguar un último detalle y por eso, a la
mañana siguiente, acudí a la capilla y me senté en una bancada a la espera de
que asomara por allí el sacerdote.
- Hola,
Rosemarie -me saludó él, abiertamente sorprendido-. ¿Puedo ayudarte en algo?
Me puse de
pie.
- Necesito
saber algo más sobre San Vladimir. He leído ese libro que me prestó y un par
más -más valía no hablarle de los libros birlados-. Ninguno menciona cómo
murió ni cómo acabó sus días. ¿Sufrió algo así como un martirio?
El
sacerdote arqueó una de sus pobladas cejas. - No, murió de viejo y en paz.
-¿Está
seguro? ¿No se suicidó ni se convirtió en un strigoi?
- No, por
descontado que no. ¿Cómo se te ha ocurrido algo semejante?
- Bueno,
él era un santo y todo eso,
pero también estaba un poco chiflado, ¿no? He leído al respecto y me dio por pensar, no sé, que tal vez hubiera
sufrido alguno de esos destinos.
- Es
cierto, luchó contra el demonio de la locura toda su vida -contestó con
semblante grave-, y fue una lucha ardua en verdad. Quiso morirse en ocasiones,
pero se sobrepuso. No se dejó vencer por ella.
Le miré,
sorprendida, pues el santo no disponía de pastillas y era obvio que no había
dejado de usar la magia.
- ¿Cómo…?
¿Cómo lo logró?
- Por pura
fuerza de voluntad, supongo -hizo una pausa-. Por eso y por Anna.
- Anna, la
bendecida por la sombra -murmuré-. Su guardiana.
El
sacerdote asintió.
- Ella
permaneció a su lado y estuvo allí para
sostenerle cada vez que aumentaba la debilidad de San Vladimir. Ella le
instaba a permanecer firme, a no entregarse a los brazos de la locura.
Salí de la capilla como si estuviera en trance. Anna lo había logrado, había dejado que Vladimir
navegase por las aguas del término intermedio y le había ayudado a obrar
milagros por el mundo sin acabar de forma espantosa. La señora Karp había
tenido la mala suerte de no contar con un guardián vinculado a ella. No había
contado con la ayuda de nadie que la sostuviera en los momentos difíciles.
Lissa sí tenía a esa persona.
Crucé el patio de camino a la cafetería con una gran sonrisa. Hacía
mucho tiempo que la vida no me parecía tan maravillosa. Lissa y yo podíamos
logrado. Juntas podríamos conseguirlo.
En ese preciso instante, distinguí una figura oscura por el rabillo
del ojo. Descendió en picado y se posó en un árbol próximo. Me detuve a mirado.
Era un cuervo enorme de aspecto fiero y lustroso plumaje negro.
Un momento después me percaté de que no se trataba de un cuervo
cualquiera, sino del cuervo al que Lissa había curado. Ningún otro pájaro toma
tierra tan cerca de un dhampir y ninguna otra ave iba a quedarse mirándome con
esa familiaridad e inteligencia. No daba crédito a mis ojos, no lograba creerme
que siguiera por allí. Noté un escalofrío y retrocedí. Entonces comprendí la
verdad.
-Tú también estás ligado a ella, ¿a que sí? -le pregunté, convencida
de que cualquiera que me viera iba a pensar que estaba mal de la cabeza-. Ella
te trajo de vuelta. También tú estas bendecido por la sombra.
De hecho, eso era realmente guay. Extendí el brazo hacia el ave,
albergando cierta esperanza de que hiciera un movimiento dramático, como en las
pelis, y se posara en mi antebrazo, pero todo lo que hizo el pajarraco fue
mirarme como si yo fuera tonta de remate. Luego, desplegó las alas y echó a
volar.
Contemplé su batir de alas mientras se perdía entre la penumbra del
crepúsculo y luego me volví para ir en busca de Lissa. A lo lejos oí el sonido
de un graznido, muy similar a una carcajada.
The End
Super pon los demás libros por favor
ResponderEliminarMe encantó este libro sube los demás xfa
ResponderEliminarme encanta muy bueno buena puntuación mas largo algunas cosas no las puedo pronunciar pero es el mejor libro voy a terminar el capitulo 20
ResponderEliminarQue hermoso libro! Lo amo UwU
ResponderEliminar